Se trata de una columna de Salvador Sostres que una buena amiga me ha hecho llegar acordándose de mí. A ver qué os parece.
NUNCA te dije que el doctor nos dio las peores noticias y ninguna esperanza, y que a partir de aquella tarde todo fue una larga despedida. Nunca te dije cómo desde aquel instante te empecé a echar de menos y a notar cómo mi vida menguaba y se quedaba incompleta para siempre. Nunca te dije lo feliz que me habías enseñado a ser: al principio porque pensaba que ya tendría tiempo para decírtelo, y luego porque temía que notaras que algo raro sucedía si de repente y sin más te lo decía. Nunca te dije cómo todo mi ser empezó y terminó en ti desde el día en que te conocí.
Nunca te dije que te estabas marchando porque te horrorizaba resultar una carga y todavía más un estorbo, nunca te dije que algo de mí moría mientras tú morías, y aunque en cada frase y en cada gesto de aquellos últimos días intenté decirte que te quería, soy plenamente consciente de que, exactamente, nunca te lo dije.
Nunca te dije que de ti aprendí mucho más de lo que pudiera enseñarte, nunca te dije cómo presumía de ti con mis amigos, ni cómo ellos me envidiaban y me repetían lo afortunado que había sido encontrándote. Nunca te dije que en muchas cenas y reuniones en que no me acompañabas pensaba casi todo el rato en ti y sin que nadie lo notara me ponía a escribir sobre algo que habías dicho o hecho, acariciándote con cada palabra, aunque luego no lo utilizara para ningún artículo.
Nunca te dije que te solía hacer rabiar porque me divertía verte exaltada, tan luminosa y tan radiante, y nunca te dije que muchas noches me despertaba, te miraba mientras dormías y eras La Belleza hecha carne, echada y dormida. Nunca te dije que siempre tuviste razón aunque me costara dártela y reconocer que fueras tan perfecta. Nunca te dije que siempre me hiciste sentir el hombre más afortunado del mundo, que nunca dejaste de sorprenderme ni de gustarme más cada día y que aprovechaba todos tus consejos aunque me riera de ellos y en ocasiones de ti. Nunca te dije que muchas veces pensé en marcharme contigo.
Nunca te dije adiós porque no quería asustarte ni provocarte tétricas visiones de la muerte, pero también porque nunca fui lo suficientemente valiente para asumir que te perdía. Nunca te dije que me moría de miedo de quedarme sin ti. No sé si te protegí de algo no diciéndote nada, o me protegiste tú a mí siguiéndome el juego porque en realidad lo sabías todo y no querías asustarme ni que me desmoronara. A fin de cuentas nunca supe disimularte nada.
Sólo sé que daría lo que fuera por tener una última escena contigo y poderte decir cuánto te quise y te quiero; y que están locos como yo lo estuve los que se aman mucho y, ellos que pueden, no se lo dicen.
Bonito.Parece mentira que venga de quien viene.
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